La tecnología de reconocimiento facial avanza más rápidamente que su regulación, y se presta a abusos.
Los progresos en reconocimiento facial automatizado, el abaratamiento y multiplicación de las cámaras y la mejora en la capacidad de procesar ingentes datos con inteligencia artificial están generando preocupaciones en grupos de ciudadanos, e incluso en algunas autoridades. No se trata sólo de los experimentos chinos para controlar a millones de uigures, mayoritariamente musulmanes en la provincia de Xinjiang, y ampliarlos a un panóptico nacional, sino también en Occidente por parte de la policía y de empresas privadas. Pues esto no es solamente una cuestión de experimentos por organizaciones públicas, sino también privadas, ahora que móviles o consolas de videojuegos, entre otros, se activan por reconocimiento facial, almacenando esos datos y utilizándolos de forma mercantil. Las fotos que los usuarios suben a las redes sociales también alimentan los big data y la inteligencia artificial para estas tecnologías. Los accionistas de Amazon, en su reciente junta anual, se negaron a prohibir que la empresa siguiera vendiendo tecnología de reconocimiento facial automatizado a los Gobiernos.
Esta tecnología mapea concentraciones humanas, o casos aislados en la calle (o en otros lugares como los aeropuertos, los estadios de fútbol, grandes conciertos o manifestaciones de protesta), y luego compara esas caras con unos bancos de datos de imágenes, que pueden incluir sospechosos, personas desaparecidas o buscadas por la policía por pequeños o grandes delitos. Pero al hacerlo, la cara queda registrada. No es una simple huella dactilar. Ni siquiera la información sobre el ADN (que también plantea enormes problemas de control a medida que más gente ordena análisis sobre su genoma), sino datos utilizables en tiempo real —pues la imagen facial se ha convertido en un dato— en detrimento de la privacidad.
George Orwell, el autor tan citado en nuestros tiempos por su 1984, se nos está quedando corto en muchas facetas. Tampoco Aleksandr Solzhenitsyn, que en una de sus novelas describió cómo los servicios secretos estudiaban la marca de la voz de sospechosos, pudo idear una pesadilla tal. David Lyon habló hace tiempo de la “sociedad de vigilancia”. La socióloga Shoshana Zuboff, en un libro indispensable, del “capitalismo de vigilancia”, en el que el reconocimiento facial es sólo una de las puntas del iceberg.
Es verdad que el reconocimiento facial por medio de la inteligencia artificial ha logrado algunos éxitos en la detención de criminales, en unas ciudades cada vez más plagadas de cámaras como en los aeropuertos. O que, como en China, se puede empezar a utilizar la tecnología para discriminar a cerdos aquejados de una epidemia de peste porcina africana para reconocer a los animales afectados y separarlos para sacrificarlos. Pero esta tecnología aún se equivoca mucho, especialmente en EE UU, con las personas pertenecientes a minorías raciales, como los negros/afroamericanos, hispanos, o con muchas caras de mujeres. Está plagada de sesgos. De ahí que, a recomendación de su Junta de Supervisores, el Ayuntamiento de San Francisco, una de las ciudades cuna de las revoluciones tecnológicas en curso, haya decidido prohibir el despliegue de esta tecnología por la policía y otras agencias municipales, aunque las autoridades federales y el sector privado la mantienen. Es una decisión que están empezando a copiar otros Ayuntamientos en EE UU. A pesar de las quejas de la policía, que ven sus capacidades mermadas.
Se necesita regular esta tecnología más allá de los casos que algunos puedan ganar en los tribunales. El reglamento GPRD de la Unión Europea, como la LOPD (Ley Orgánica de Protección de Datos) en España, se ha quedado corto a este respecto, y tendrá que ser revisado a la luz de una tecnología que avanza más rápidamente que su regulación y se presta a abusos. En el Reino Unido, el Comisionado para la Información ha expresado su preocupación por la falta de un marco legal para el uso del reconocimiento facial por la policía. En diciembre pasado, el presidente de Microsoft, Brad Smith, ya pidió su regulación, tras considerar que “el genio del reconocimiento facial está escapándose de la botella”. Será difícil volver a meterlo en ella, des-inventarlo. Cada vez más bancos de datos, públicos y privados, se quedan con tu cara, y la procesan con crecientes capacidades. Cuidado.
Fuente: https://elpais.com/elpais/2019/06/06/ideas/1559840023_982231.html